El Liceo N°3 me dio la posibilidad de volver a un centro de estudio después de tantos años, y ejercer como “docente” (título que no merezco) al frente de un taller de murgas. [...] Junto a amigos y colaboradores como Fernando Mateo, Rafa Rivero y Cono Chávez emprendimos el desafío progresivo, dando pasos lentos pero firmes, intentando inculcar un género en jóvenes que no superan los 15 y en un medio como el interior, donde para muchos todavía el carnaval y la murga siguen siendo desconocidos. Durante el transcurso de estos años desfilamos por la historia de la murga y sus orígenes, hurgando en el escaso material escrito existente, buscando crear un marco teórico e histórico que hiciera más fácil su comprensión. [...] En ese entorno la murga ganó su espacio en el liceo, por ello no resultaba nada extraño que mientras en un salón la profesora de matemáticas dictaba su curso, salón de por medio había un bombo y un redoblante sonando a marcha camión. O mejor aún, en la propia clase de matemáticas se podía encontrar a más de un alumno haciendo las cuentas con su cara totalmente maquillada.
La murga, sin lugar a dudas, pasó a ser una materia más [...] Con los años se fue dando una maduración de los grupos, hasta llegar al 2000 donde precisamente se cumplían tres años del inicio del taller y aquellos que cursaban su último año en el liceo estaban, a nuestro entender, en condiciones de asumir un desafío mayor.
El hecho de estar radicado durante la semana en la capital y mi pasión ya referida me habían permitido presenciar los anteriores Encuentros de Murga Joven, y cada vez que terminaban giraba en mi mente la idea de traer a los estudiantes floridenses. Por ello en el 2000 aceptamos el desafío con todas las reglas del juego, conscientes del alto nivel competitivo y la diferencia en edades con las demás murgas (recordar que teníamos un promedio de 14 años), pero con la mente clara de que íbamos a un encuentro y no a un concurso. Para nosotros el premio sería, sigue y seguirá siendo participar y divertirnos.
Concurrimos a la apertura y cierre de los talleres que dictaron prestigiosos técnicos y reconocidas figuras del carnaval uruguayo, contando incluso con la presencia en dos oportunidades en nuestro centro de estudio de Pablo “Pinocho” Routin, quien nos regaló generosamente toda su sabiduría y, principalmente, su cariño. [...] Como decía Falta y resto en alguna presentación, había llegado el tiempo de “...buscar un nombre que se prenda a la calle y no se olvide más”. La responsabilidad recayó en la creatividad de los alumnos dentro de las siguientes premisas: debía ser un nombre popular, “murguero”, y relacionado con el liceo.
Fragmento de Ariel Fernández Martínez en BRUM, J. (2001).” “Compartiendo la alegría de cantar. La experiencia de la Murga Joven en Montevideo”. IMM-TUMP