Francisco Acuña de Figueroa nació en Montevideo en 1791 y murió en la misma ciudad, en 1862. Es considerado el primer poeta nacional, con profunda influencia del clasicismo y un atinado ingenio para la poesía satírica.
Miembro de una familia de altos funcionarios españoles en época colonial, recibió una formación clásica de la que no se apartó, a pesar de los sucesivos y profundos cambios ideológicos y políticos que le tocó transitar, y de los que dio testimonio en su cuantiosa obra. Fue, en su época, “el poeta de Montevideo”: supo registrar sus avatares, el desempeño de sus mandatarios y otras personas de relevancia en la sociedad. Alberto Zum Felde es explícito al respecto: "Fue un gubernista, o un oficialista durante toda su vida, y celebró en odas y en acrósticos a todos los mandatarios que se sucedieron hasta su muerte, llamáranse Rivera, Oribe, Suárez, Giró, Pereira, Berro o Flores. Diríase que su función de poeta cortesano era algo inherente a su empleo administrativo”.
Cronista en verso de los episodios más dramáticos, registró los acontecimientos del Segundo Sitio de Montevideo y, ya declarada la independencia, fue autor del Himno nacional uruguayo (con dos versiones oficiales, una de 1833 y otra de 1845) y del Himno nacional del Paraguay. Buen latinista y conocedor de lenguas modernas, tradujo obras clásicas y contemporáneas, incorporó formas y ritmos populares, compuso poemas visuales, epigramas, anagramas, acrósticos en los que celebra, entre loas y burlas, una gran variedad de estampas. Describió su caudalosa producción como compuesta por piezas Patrióticas, Amatorias, Fúnebres, Jocosas, Religiosas, Ingeniosas, Enigmáticas, Varias, Epigramáticas y Satíricas, sin contar aquellas que excluyó, ocultó y olvidó.
Dada su fecundidad como escritor, sus colaboraciones en periódicos fueron frecuentes, sin embargo sólo vio publicada en libro —o folleto— una pequeña parte de su obra: A la victoria contra Massena por el ejército combinado (1811), El Dies Irae y el Sacris Solemniis (1835), Mosaico poético (1857). De forma póstuma, en doce tomos, se publican sus Obras Completas (1890), y en 1922, en tiraje reducido y “para circulación privada”, su ya legendario Nomenclatura y Apología del Carajo.
Zum Felde distingue a Acuña de Figueroa como el poeta más representativo del período clasicista en nuestras letras, aunque le reprocha no pocos “engendros retóricos”. Es en su pluma burlesca donde encuentra mayor mérito: “con las ligeras musas de la sátira, danzaba y retozaba libremente su alegre ingenio. Probablemente, es el mejor poeta burlesco de su tiempo, en castellano; y uno de los mejores de todo tiempo”.
Retrato de Francisco Acuña de FigueroaMiguel Benzo, 1917Óleo sobre tela105,5 x 80 cmMuseo Histórico Nacional
Grupo de investigación: Serrana Díaz - Pablo Galusso - Franco Laviano - Daniela Pitamiglio - Valeria Sánchez Realización técnica: Sofía García - Rodolfo Pilas - Yonathan Benelli Actualización y revisión 2016/2019: Milena Santos - Carlos Ezquerra Revisión y corrección de contenidos: Lisa Block de Behar - Arturo Rodríguez Agradecimientos: Al Archivo General de la Nación, Museo Histórico Nacional, Museo de la Palabra del SODRE y Biblioteca Nacional. A los funcionarios de la Casa de Juan Antonio Lavalleja, especialmente a Rosa Méndez, Lucía Irigoyen, Jorge Lima y Raquel Alzogaray quienes colaboraron con la investigación que hizo posible este sitio. A los funcionarios de la Casa de Juan Francisco Giró, especialmente a Carlos Alfaro. A Ernesto Beretta, de la Casa de Manuel Ximénez y Gómez. A Virginia Friedman, responsable del Archivo Literario de la Biblioteca Nacional.