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Juan Zorrilla de San Martín

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(1855 –1931). Abogado, legislador, diplomático, profesor, poeta, ensayista, orador, periodista, fundador del diario El Bien Público, fundador del Club Católico, así como de una familia de artistas e intelectuales de plural relevancia en nuestro medio. Prócer, en el sentido más literal y civil del término, le fueron otorgadas a Juan Zorrilla de San Martín, distinciones excepcionales, muy apreciadas en tiempos ya perimidos, en reconocimiento a sus significativas realizaciones literarias y sus nobles atributos. Entre ellas el escudo de piedra, donado por el Rey de España, que se encuentra, desde hace años, en su casa de Punta Carretas, hoy Museo Zorrilla, y se destaca, sobre todo, el bien merecido título, ni impugnado ni disputado hasta ahora, de “Poeta de la Patria” en un siglo en que se asociaban los conceptos de nación y narración a las particularidades de la entidad territorial. La Leyenda Patria (1879), Tabaré (1888), La Epopeya de Artigas (1910), más los incontables discursos y escritos que contribuyeron a consolidar esos vínculos fundacionales, afectivos e históricos con su tierra natal, con sus pobladores ancestrales, sus linajes y paisajes animados por una naturaleza nativa, cuyas singularidades recuperan las precisiones de un léxico aborigen. Ni las tentaciones del pintoresquismo ni el romanticismo natural de la cultura nacional y continental atenuaron la emoción poética del relato ni los estremecimientos de una épica necesaria y coherente con el espíritu de entonces: “Es una afirmación en un país de negaciones; es una afirmación no solo del talento literario y de las energías morales del autor, sino también del carácter de la nación que lo produce”, subrayaba en 1906 Benjamín Fernández y Medina en el Prólogo de los Discursos y conferencias, de sus Obras completes (1930), una colección de gruesos volúmenes que reúne gran parte de sus caudalosos escritos.

Fueron muy conocidas sus funciones como Juez Departamental y de Comercio; sus condiciones de catedrático de literatura, considerado un “eximio y consumado maestro, lleno de modestia a la vez que de bondad para con sus discípulos”, que ejerció a partir de 1880, en la vieja Universidad, donde había iniciado sus estudios, continuados en Chile, hasta graduarse de abogado. Destituido más de una vez, fueron decisivas para la profundización de las aspiraciones artísticas y culturales, sus experiencias como Ministro Plenipotenciario y Enviado Extraordinario en España, Portugal, Francia y el Vaticano entre 1891 a 1897, año en que se le declaró cesante, sin proporcionársele “siquiera los recursos necesarios para hacer su viaje de regreso al país”, según las detalladas precisiones proporcionadas por Alberto Palomeque en Rasgos biográficos de Juan Zorrilla de San Martín (Chile, 1932), donde informa sobre los acontecimientos mayores y pormenores de una muy intensa vida literaria, política, familiar, religiosa, filosófica.

Admiraba Palomeque la devoción de su inquebrantable fe cristiana, manifestada “con desinterés, altruismo y amor, sin la intemperancia de carácter con que suelen distinguirse ciertos militantes religiosos”. De sus viajes y estadías, sobre todo en España y Francia, decía Mercedes Ramírez “nacieron las páginas más calibradas del prosista: Resonancias del camino (1896), que junto con Huerto Cerrado (1900) y las meditaciones de El sermón de la Paz (1924) y El libro de Ruth(1928), constituyeron lo menos conocido y más valioso de su obra”.
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